lunes, 31 de mayo de 2010

Colgado de puntitas en una Lata de Sardinas


Nuevamente me cubro hasta la punta del cabello intentando soñar que no está sonando el despertador. El frenesí q transcurre en la rápida estirada para saltar de la cama a la ducha y luego al juego de ropa “decente” que debo mostrar en el trabajo. Entre los gritos de mi madre anunciando el desayuno, las ondas vertiginosas que zumban en mis oídos de la radio a volumen de pollada me despierten de manera inquebrantable ante el frío húmedo de la gris Lima.


Lastimosamente, vivo a unos casi 20 kilómetros de mi trabajo, sin tráfico estamos hablando de 15 minutos en llegar. Claro, estamos en Lima, hay tráfico, hay desorden, hay caos. Promedio de demora: 1 hora 15 minutos. Así q hay q apurarse, el ritual del baño, del desayuno y de cambiarse de la manera más pudiente, tiene q hacerse de la forma más eficaz y cronometrada posible. Bien todo listo, primer periplo terminado, vamos a la odisea del viaje.


En cualquier época del año, tomar un bus en Lima podría parecer una tarea titánica. Desde estar parado soportando el frío, lluvia, calor, contaminación, riesgo de atropello o de algún incauto peatón que te empuja para, mismo salto largo de olimpiada, intente trepar como araña en celo, a un bus reventado de pasajeros, que se miran atónitos, aislados y fastidiados a la vez, en medio de una atmósfera de conformismo por tener el privilegio subliminal de estar parados en un pequeño metraje de aquel monstruo jalado por pistones reventados y llantas encauchadas en alguna mecánica informal de la ciudad.


Los taxis colectivos, las combis llenas de pasajeros sentados, con un poto pálido e incómodo del pasajero doblado en el pasadizo de pitufos de la combi infernal, como un diario los bautizo en los 90, me hacen pensar que mi destino estaba marcado, el de sufrir, el de pegar a un extraño o extraña, de que el chocamiento de cuerpos es inevitable, algo q debe afrontar día a día sin importar el pudor, con tal de conseguir el destino anhelado de cada mañana de un comensal, llegar temprano a su trabajo.


Extiendo la mano de manera firme y erguida, detrás de mí dos señores bonachones, otro patín como yo de sus 20 y tantos, 4 señoritas bien despachadas y una madre abnegada con su pequeña de 7 años, con su uniforme impecable, brillando de ternura por su progenitora, que la prepara para la lucha grecorromana que se aproxima; subir rápido, avance al medio, pasaje a la mano, y lógico, porque no hay que molestar al cobrador, para nada, pague sencillo señor.


Frena lo más cercano a la vereda, lo más cercano a la pista; tratando de evitar lo menos posible a los vestigios de granos reventados de la lengua asfaltada que surca mi distrito. Tienes exactamente 10 segundos para que 10 personas suban al carro, es decir, un segundo por persona, de ser volátil en ese momento no sirve, menos preguntar. Todos viven apurados. Bueno, ya estamos arriba hay que busca la mejor posición posible para evitar ser empujado, pisoteado, rozado, y perfumado con olores destructibles para mi olfato.


Definitivamente me encuentro en un pasaje tan angosto, que tengo q pasar de costado, en cuclillas si es posible para evitar ser víctima de las consecuencias narradas en el párrafo anterior. Es como estar preso entre varias fuerzas que te aprietan por todos lados. Logro escabullirme con mucho esfuerzo, me coloco cerca del asiento de una escolar, esperando que se levante en cualquier momento y tentar el asiento. A mi lado derecho, una señorita malabarista que intenta no dejar caer su cartera, su lonchera, su mochila, su celular, su folder de la universidad y maquillarse lo más extravagante, todo a la vez.


Al lado izquierdo, un patín como de mi edad, que intenta llenar su crucigrama mientras arranca de manera violenta un pedazo de su pan con huevo que cuelga de su brazo izquierdo. Yo miro de reojo a la señorita para no me manche con lápiz labial y levanto un poco el codo para protegerme del patín para que no me ensucie con su pan con huevo que dejo oliendo como aureola el metraje que ocupa en el bus.


La primera frenada de la jornada, y la primera consecuencia no proviene ni de mi lado izquierdo ni del derecho; proviene de atrás. Una señora robusta por todos sus lados, tiene un pequeño bulto que se muestra húmedo en la parte inferior y que ha contagiado de manera apática el borde de mi pantalón. Trato de buscarle la mirada para impregnarle todo mi odio a ella y su existencia, pero la maldita vieja se escurre entre las axilas y brazos de los comensales. Me resigno rápidamente a la desventura. Trato de acomodarme lo cercano a la ventana, pegarme hacia el escaso aire que ingresa, que logro hasta ahora sin entender porque los pasajeros prefieren el aire concentrado dentro del bus que el puro y contaminado, pero más fresco, que el que abunda en Lima. La verdad, una gran tarea que dejaré para otro post.


Ya me encuentro con los zapatos manchados, sudando por todos lados, desarreglado y malhumorado, además de estar toqueteando con mi espalda todos los senos que me presionan hacia la ventana del bus. Entramos en el estado de querer llegar lo más pronto posible, de acabar con el mal menor, de rogar q alguien se pare para al menos lograr sentar el cuerpo y dejar de sentirse como una sardina, apretujada y sin escape, como las demás especies que necesitan, como todo mortal movilizarse en estas grandes unidades y más aún si lo haces en una ciudad tan caótica como la gran Lima.

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