domingo, 28 de marzo de 2010

Ultima Parte (Por Fin) Bajon de Llanta

Como a veces sientes que das vueltas y vueltas de manera inversa en el remolino que va el destino. Después de sentir como el sudor frío cruzaba con vértigo la forma curvilínea de mis pómulos rojizos, producto del tabaco y el alcohol, me dirigí hacia la ubicación donde se encontraba mi preocupado y bonachón padre, observando con sacrilegio aquella escena de dolor y sangre que se había desatado en plena vía expresa.

Cuando llegué sudando y agitado al mirador preferencial que se encontraba mi padre, pude ver como un tipo de porte militar, con unos 25 años encima, lloraba desenfrenadamente cogiendo en brazos, a una niña que no contemplaba aún los 18 abriles, de tez blanca, manos rasgadas fruto del accidente, con vestido de gala con manchas de sangre al punto de percudir su color; mostraba aún los ojos queriendo entender que había pasado para ya su alma había partido. Dicha escena dolorosa, rodeada de comidilla de flash y círculos de fuerza empapelado por la policía, era lo que podía observar: una especie de suerte maliciosa, el cual – asumo yo – pude ser el protagonista de aquel drama profanado por algún guionista psico-social.

Pude ver en ese momento – como una especie de vidente asustadizo – el futuro que me hubiese preparado: un auto volador aterrizado “patas arriba” y dejando dos muertes como consecuencia, la de una señorita de cierta belleza angelical, y otra, la muerte del alma y de la eterna espina de culpabilidad que acompañará eternamente a su habitual acompañante de esa noche. Mis manos sudaron aún más frío, como si era yo el que estaba alumbrado por los flash que disparaban sin cesar a mi alrededor.

Mi padre me cogió del brazo y caminamos en silencio, ese tiempo sepulcral donde las palabras se escondieron en el túnel profundo de la garganta. En ese momento llegó la grúa, yo acompañé a mi bien proporcionada (y desaprovechada oportunidad) acompañante a tomar un taxi. Mi padre ya se había encargado de todo. En el camino sólo hablaba de cómo iba hacer para arreglar el carro; era como si el accidente ocurrido nunca había sido fotografiado por sus ojos, yo no dejaba de pensar en eso, como si a mí también se había quedado una estaca clavado en el alma, eran las consecuencias de una noche de frenesí y calentura corporal que pueden llevarte en ciertos momentos a la màs extraordinaria grandeza sexual o desplomarte en la miserable suciedad de un muladar inundado por errores consecutivos que vas cometiendo. Para mí, fue lección aprendida.

Llegué a mi casa y cuando interné el carro en mi cochera, descubrí el motivo de mi patinada feroz de lo que habìa originado todo esta macabra experiencia y que impulsó a improvisar este post, se me había “bajado una llanta”.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Segunda Parte - Bajon de Llanta

Después de sentir como el viento hostil de la madrugada golpeaba en mi rostro, una pared de cemento se aproximaba con vehemencia. Era un curva en descenso, bastante cerrada. El sudor en las manos se apodero de mí, la fricción que ejercía en mi pie hacia el pedal era más notorio y los gritos o aullidos – lo segundo creo que fue – de mi bien proporcionada acompañante, eran la alarma del volantín, mismo trompo bailarín, al paso de Bella Bella, se deslizaba mi carro en la pista.
Una suerte de ping pong primerizo se encontraba mi cabeza, por lo que totalmente horrorizado baje del carro estancado a un costado de la pista, para ver el estado en que se había quedado. Mi acompañante, quien pude divisar que lanzaba gritos dentro del carro, misma esposa primeriza esperando a su retoño, se encontraba en un estado de shock. La sujeté fuertemente con mis dos manos, la mire fijamente a los ojos y le lancé una mentada de madre visual que aún percibo que debe recordar mis ojos enfurecidos en el laberinto de sus sueños.
Consternado por lo ocurrido, atiné a mismo inspector o fiscal de turno, ver los daños ocurridos: Una reventada de radiador, carrocería clavada en la llanta delantera, maletera hundida, faros totalmente reventados, y lancé un comentario totalmente estúpido antes de finalizar mi conclusión: “ La Radio está funcionando”.
Mientras esperaba que mi compañera tomara aliento y se tranquilizará, llamé a la única persona que me podría ayudar, previa puteada de por medio: Mi padre. Creo que llegó mismo rayo al lugar; al notar su apuro y más que todo su desesperación por esconderme (después de su respectiva puteada), le pregunté porque lo hacía, porque debía esconderme, de quien me protegía?.
No te das cuenta idiota – refunfuñó dentro de su desesperación.
Si te agarra la policía, aparte que te quitan el brevete, te van a poner una multa que ni vendiendo lo que queda de tu carro lo pagarás. (Hablo del año 2002 cuando aún no había cárcel por manejar en estado de ebriedad).
Extrañamente me empecé a preguntar…Es cierto, porque no hay ningún policía si en todo San Isidro está inundado de cámaras vigiladas por doquier? Acaso ellos también han estado de juerga como yo? O es que otro imbécil me ganó y se estrelló antes que yo? O será que ha granizado fuerte una cuadra atrás y congeló a los patrulleros?
Era ilógico pensar que no haya venido ningún patrullero o unidad bulliciosa y cargosa no haya pasado, clavado justo en plena entrada a la vía expresa; pero suerte bendita la mía, escuché, de manera siniestra como se acercaba una cantidad patrullas de policías por todos lados.
Me jodí carajo – pensé en voz alta. Automáticamente me veía ya con las marrocas en las manos, conducido al calabozo del Poder Judicial, joven universitario borracho choca en Vía Expresa y deja a bullera y bien proporcionada señorita tirada al lado de la pista. Le caerá 25 años de cárcel y nunca más podrá volver a manejar.
Empecé a sentir ese sudor frío cuando te sientes perdido de alguna travesura que has realizado, cuando no tienes escapatoria y el frenesí de tus manos te delata. Tu pulso a punto de estallar, iba imaginando como sería mi vida en prisión. Puta Madre – encerrado toda mi vida en un cuartucho de porquería, donde todo era a la vez, cocina, baño, cuarto para dormir. Que horrible, Que hago? Se me pasó por la mente salir corriendo, huyendo como un marica, de los que había en la avenida Arequipa; sentía que se me bajaba la presión, mi corazón quería dejar de latir, mis ojos empezaron a lagrimear y mismo niño llorón buscando a su mamá, yo quería a la mía.
Alcancé levantar mi mirada y vi como tres patrulleros y dos unidades de serenazgo pasaron raudos al costado de mi herido Datsun JNL710. Que había pasado? Porque ignoraron el accidente que había ocasionado? Si querían paraban y me levantaban en peso? No podía entender la razón por la cual no frenaron, cuando un grito de mi padre – que se había adelantado unos metros ya al ingreso de la vía expresa – me señalaba que venga a ver lo que había ocurrido. Un terrible accidente, ocasionado por otro estúpidamente irresponsable como yo, pero este con consecuencias fatales:

sábado, 20 de marzo de 2010

Bajon de Llanta

Aún nervioso, trataba de aparentar una increíble cojera que no me permitiera avanzar con ansiosa rapidez hacia el trabajo. El motivo: Faltar ese viernes para poder irme de parranda con la gente de la universidad. Yo había dejado la oportunidad de culminar mis estudios con los borrachosos amigos con los que empecé hace 5 años, lleno de orgías, tirada de peras, gileos, broncas, copiadera en los exámenes; y claro está, estudiar de vez en cuando.
El plan estaba totalmente estudiado, poner cara de dolor, con una mezcla de arrepentimiento por no poder trabajar, junto con padecimiento y una algarabía interna porque el plan daba resultado. Después, de haberme burlado en la cara de mi bonachón jefe, salí corriendo, mismo cobrador de combi, hacia el paradero para enrumbar a mi domicilio; mientras los ya sofocantes rayos de sol iluminaban el mediodía gris limeño de ese octubre nefasto.
La tarde pasó rápidamente, ya con la ropa idónea y el cabello totalmente desordenado, apresté a revisar lo que nunca debe faltar en la gaveta de un carro: cigarros, una lista de teléfonos de emergencia, un destapador, un vaso (para mezclar si tomas trago corto) y muchos condones. Mi carro que me había tomado el trabajo de lavarlo y encerarlo la noche anterior mientras ensayaba el discurso convencedor para mañana; un Datsun JNL710 del 77, quedó impecable para la consagración, para el inicio del holocausto que transcurría lentamente en esa madrugada de llovizna tímida que hay en Lima.
Era una noche estrellada y tímida que permitía a las audaces señoritas prepararse para el desfile de piernas que se apersonaba conforme pasaban las horas para el inicio de la diversión. Quería llegar temprano para dejar el carro en el mejor lugar posible y poder hacer la eterna cola para entrar a la discoteca. Desde esta posición ya es posible distinguir alguna cara conocida o por conocer conforme vaya pasando la noche. Hay que agradecer de antemano el efecto misericordioso que causa el alcoholo, sin él no habría esa extraña fuerza gregoriana que se apodera de nosotros, los hombres, para acercarse y mismo plan de un James Bond reprimido, atacar a la víctima, infestada por la bulla y por sortear con su dedo, aquel sujeto destinado a presionar con suavidad y firmeza los lienzos que se dibujan en su cintura.
Después de un improvisado discurso logré presionarlo contra la puerta del copiloto de mi carro, y tras arrancarle un desesperado (aguantado diría yo) beso, con sabor a chela y cigarros mentolados, pude recorrer instantáneamente por un momento la perfección de sus senos, esas piernas rollizas bien encaletadas bajo ese jean apretado a la calera que daba vueltas como un ciclón en la pista de la discoteca.
Espera, espera – murmuró ella.
Vamos a un lugar más privado, por Jesús María que vivo por ahí – balbuceando aún por los efectos del beso alcohólico que nos proporcionamos.
Perfecto dije – limpiando de manera cautelosa el parabrisa empañado del carro.
Salí presuroso con el carro, mismo corredor de rally N4, tomé la avenida Angamos hasta la Tomàs Marsano, rezando al Señor de Cachuy no cruzarme con ningún operativo alcoholemia. Vi el tacómetro invadiendo la zona peligrosa de 100 km/hora y cada vez la lluvia antipática de la nunca dormida Lima, avisaba el principio y fin de una desgracia, mientras mi pie cada vez más se hundía en el acelerador, ya sea por coronarse campeón esa noche o por el simple frenesí de sentir la velocidad en mi rostro; de pronto en la curva de República de Panamá entrando a la Vía Expresa, sucedió lo imprevisto…

domingo, 14 de marzo de 2010

De Mustang y Camaros...



De hecho todos alguna vez tenemos historias que contar relacionados a autos, velocidades, caminos hacia campamentos o simplemente deternos a comprar el six pack de chela o el par de puchos en el grifo y desvestir con los ojos a las impulsadoras que hay en la estación. (Las de Primax de preferencia). De aquellas historias que se quedaron escondidos en el tiempo y que de algunas vez quieren ser escuchadas. Extrañamente, la relaciòn de velocidad, fuerza y belleza ruda de los motores, los crujidos del chasis y la acción diabólica del acelerador, hace que tenga relación este sentimiento con hechos vividos en alguna extraña situación de la vida.





De Mustang y Camaros, busca rememorar aquellas historias vinculadas, así como datos de estos verdaderos fierros americanos, que para los amantes de la gruesa garganta de un V8 nos hace estremecerse de los pies a la cabeza el solo hecho de escuchar su olor a potencia traducida en las pistas siniestradas de la gran Lima, para escribir una historia, un beso o un abrazo, en los encuerados respaldares que lo conforman.


Y que cada tuvo su momento, su espacio, su recuerdo y, como debe de ser su verdadero y aún impreciso final...


Que se abra el telón...